11.9.14

La otra cara de La Moneda




Una multitud de espaldas observa la fachada de La Moneda tras el bombardeo del día anterior: cornisas y pilastras derruidas; columnas horadadas que enmarcan la boca abierta del edificio; ventanas rotas y muros ennegrecidos por el fuego. El asta y su bandera ausente punzan el cuadro.

Un par de miradas desconfiadas se cruzan con el objetivo de la cámara. Anónimos espectadores llegan a mirar las ruinas de la democracia: a "sapear" el cadáver de la República. Unos y otros hacen como si se encontraran frente al edificio por casualidad--como si presenciaran furtivos un accidente de tránsito, o alguna grotesca ave caída del cielo.

La masa de espectadores--pequeñas hormigas frente al edificio--evoca el murmullo sordo de las catedrales. De hoy en adelante será mejor guardarse preguntas y respuestas. Casi telepáticamente ya todos conocen lo que viene: la tormenta en ciernes, la violencia que se desata y la marea de mentiras que la oculta. Posteriormente, las negaciones y la impunidad.

(Recuerdo otra imagen: un detenido en el Estadio Nacional, quien gira su cabeza y boquiabierto mira a la cámara. La boca abierta de donde ya no sale un grito. El Chile atónito. La misma boca de La Moneda quemada, con sus ojos tristes y cavernosos.)

La fotografía de Poirot choca a quienes ya nos acostumbramos a esa nueva Moneda. Choca, porque nos recuerda que tanto recauchaje y blanqueamiento no comienzan siquiera a restaurar su dignidad vejada. La otra cara de La Moneda--su cara herida-- es el Golpe, la violencia, pero también el continuo murmullo enmudecido que significó la democracia pactada. 

Al capturar ese día siguiente, una fotografía nos llama a recordar la iniquidad en que se fundó el Chile que hoy nos embarga.

La fotografía es de Luis Poirot. El Palacio de La Moneda, el 12 de septiembre de 1973.