16.11.10

sernam y homofobia

Homofobia, homonormatividad, y la nueva forma de gobernar.
Iñigo Adriasola

A dos semanas de iniciada la campaña del Sernam contra la violencia intrafamiliar constatamos que ha sido un mero saludo a la bandera. La campaña es una intervención que no busca modificar la estructura que permite esta violencia -- y de hecho, la reproduce. Más allá de su falta de efectividad, hay problemas relativos a la visibilización de las minorías sexuales en la campaña - a través del uso de la imagen de Jordi Castell - que merecen nuestra atención. Como indiqué en una columna anterior, el problema principal en el caso del afiche es que una campaña de Gobierno se convierte en un acto de homofobia institucional, donde se reproduce la violencia en contra del Otro - el "maricón." Sin embargo, hay quienes han visto en el uso de la palabra "maricón" en este contexto un distanciamiento entre homosexualidad y mariconaje. Si bien es incorrecta la idea de que se da una resignificación de la palabra "maricón" (como argumentó, por ejemplo, Movilh), la campaña establece de hecho al "maricón" como un tercer término. Es importante recalcar que el establecimiento de este tercer término tiene una función netamente ideológica: el uso de la imagen de Jordi Castell en la publicidad paradójicamente hace visible la política anti-diversidad que postula el actual gobierno, que se revela en su uso de la homonormatividad como señuelo.

Basta un simple experimento mental para darnos cuenta que es falaciosa la idea de que la campaña recupera y resignifica la palabra "maricón": ¿Es ahora maricón una palabra positiva? A partir de la campaña, ¿deseo identificarme activamente como maricón(a)? La respuesta es un tanto obvia. Hoy, como ayer, maricón sigue siendo un término despectivo, peyorativo y violento, cuyo campo semántico se funda en la marginalización de la sexualidad "desviada"; de hecho, su connotación marginalizadora ha sido reforzada gracias a la campaña del Gobierno. Más aún, cualquier esfuerzo de nuestra comunidad de apropiarse de ella se ve comprometida en la asociación de mariconaje con violencia. El único deseo visible acá es el de distinguir entre homosexualidad "bien" y mariconaje. Segundo, se confunde el sujeto enunciativo, puesto que quien nos habla desde el afiche no es un Jordi Castell objeto de la homofobia, sino Castell como vehículo del Sernam -- el Gobierno de Chile, agente de la homofobia. Vemos ya el modo en que Sernam moviliza la imagen del gay como vehículo de la homofobia, haciéndolo cómplice en la marginalización del "maricón" como un Otro (su doble) negativo. ¿Qué pasa entonces con este percibido distanciamiento entre mariconaje y homosexualidad?

Ofrezco acá una segunda lectura de la publicidad. Castell al interpelar al espectador, exterioriza la palabra. Al ponerla fuera de sí ("Yo no soy maricón") frente a un espectador implícitamente heterosexual ("Usted tampoco"), crea un tercer término: "Maricón es…" artero, violento, desviado, antisocial; alguien que debe ser sujeto a control y eliminado. Fuera del evidente contenido homofóbico de la campaña, la relación que ésta establece entre el primer y tercer término, "el Gay" y "el Maricón," nos permite hablar sobre la no-heterosexualidad admisible en el Chile de hoy. La imagen de Jordi Castell es presentada como norma de conducta -- una homonormatividad articulada desde la homofobia de Estado. El gay del imaginario oficial es un hombre de apariencia peninsular, masculina; se le presenta solo (esto es, no ejerce su deseo); es urbano, moderno, cosmopolita, consumidor. Su identificación de clase es clara; de hecho, es ella la que le permite el acceso a cierto caché cultural y consumo conspicuo que articulan su sublimada y neutralizada sexualidad. Hemos visto ya cómo en este experimento de visibilización, se marginaliza a ese Otro "maricón" que no adhiere a la norma: por omisión, a la lesbiana, al gay pobre, a la persona trans. En suma quienes no tienen los medios para vivir esta homosexualidad "admisible"; quienes desean de un modo distinto; quienes a través de su deseo, desafían tanto a la norma heterosexual como la aséptica homonormatividad que ahora promueve el Gobierno.

Es importante resaltar que el discurso aparentemente equívoco que articula Sernam en su campaña publicitaria tiene de hecho una coherencia ideológica notable. La publicidad de Sernam constituye al homosexual como un sujeto de consumo. Y esto se condice con lo que es la postura fundamental del actual Gobierno frente a la diversidad sexual. El discurso neoliberal de la Alianza hace de la sexualidad una orientación de consumo, un "problema" que se ve desde la perspectiva de la defensa de la propiedad privada. Esto, sin considerar que nuestras reivindicaciones buscan obtener las garantías y condiciones básicas que hacen una vida vivible. Si el feminismo hace del sexo una cuestión pública, por el contrario, el Gobierno reduce nuestra intervención de orientación e identidad dentro del espacio público, a una cuestión de propiedad privada. En vez de sexualidad, entonces, hablamos de formas de consumo; en vez de matrimonio igualitario y familias homoparentales, hablamos de arreglos de herencia entre individuos; en vez de protección ante la violencia ejercida contra nuestros cuerpos, hablamos de proteger la propiedad; en vez de derechos basados en el reconocimiento de una común humanidad y ciudadanía, se propone a la propiedad privada como origen de estos derechos.

La campaña de Sernam nos demuestra cómo homonormatividad y homofobia, son dos caras de una misma moneda, cuyo valor y significado último es la perpetuación de la exclusión. Sin embargo, y en un nivel más profundo, la campaña expone también la ideología neoliberal del gobierno. En este caso puntual, es la forma en que éste avanza hacia una agenda que reduce nuestras reivindicaciones al mínimo posible: desactivando nuestro cuestionamiento al lugar de la diferencia en el espacio público, circunscribiendo nuestras reivindicaciones a lo privado. La campaña del Sernam anticipa lo que es la postura fundamental del gobierno ante la idea de ciudadanía. Para "la nueva forma de gobernar," ciudadanía es equivalente a propiedad; el acceso a derechos sólo se articula desde la capacidad de detentar propiedad privada. Desde esta perspectiva "maricón" no es quien maltrata a su mujer: "maricón" es quien no tiene suficiente propiedad para defenderse de la violencia del Estado.

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Publicado 15/11 en Observatorio de Género y Equidad.