Una multitud de espaldas observa la fachada de La Moneda tras el bombardeo del día anterior: cornisas y pilastras derruidas; columnas horadadas que enmarcan la boca abierta del edificio; ventanas rotas y muros ennegrecidos por el fuego. El asta y su bandera ausente punzan el cuadro.
Un par de miradas desconfiadas se cruzan con el objetivo de la cámara. Anónimos espectadores llegan a mirar las ruinas de la democracia: a "sapear" el cadáver de la República. Unos y otros hacen como si se encontraran frente al edificio por casualidad--como si presenciaran furtivos un accidente de tránsito, o alguna grotesca ave caída del cielo.
La masa de espectadores--pequeñas hormigas frente al edificio--evoca el murmullo sordo de las catedrales. De hoy en adelante será mejor guardarse preguntas y respuestas. Casi telepáticamente ya todos conocen lo que viene: la tormenta en ciernes, la violencia que se desata y la marea de mentiras que la oculta. Posteriormente, las negaciones y la impunidad.
(Recuerdo otra imagen: un detenido en el Estadio Nacional, quien gira su cabeza y boquiabierto mira a la cámara. La boca abierta de donde ya no sale un grito. El Chile atónito. La misma boca de La Moneda quemada, con sus ojos tristes y cavernosos.)
La fotografía de Poirot choca a quienes ya nos acostumbramos a esa nueva Moneda. Choca, porque nos recuerda que tanto recauchaje y blanqueamiento no comienzan siquiera a restaurar su dignidad vejada. La otra cara de La Moneda--su cara herida-- es el Golpe, la violencia, pero también el continuo murmullo enmudecido que significó la democracia pactada.
Al capturar ese día siguiente, una fotografía nos llama a recordar la iniquidad en que se fundó el Chile que hoy nos embarga.
La fotografía es de Luis Poirot. El Palacio de La Moneda, el 12 de septiembre de 1973.
No comments:
Post a Comment