26.1.11

Pensar al Otro como extensión de sí.

El 21 de enero la ONG feminista La Morada y la Asociación Chilena de ONGs lanzaron una campaña a través de internet a favor de la despenalización del aborto terapéutico: "Tengo derecho a decidir". La campaña hace uso de vídeos simples para instar a hombres (y mujeres) a "ponerse en el lugar del otro." En los videos, actores narran una situación de embarazo inviable - el tipo de situación al que busca dar solución el proyecto Matthei-Rossi, sobre el que escribí acá.




Los vídeos buscan utilizar un mecanismo de proyección e identificación con el personaje que aparece en la pantalla. La teoría detrás de la producción es la de identificación a través del género: si un hombre ve esto (un hombre narrando la situación), se identificará con el personaje (hombre), y podrá entender lo que significa verse (como hombre) en una situación así.

Creo, sin embargo, que lo verdaderamente brillante del video se da en otra instancia. Esto es, en la des-identificación que ocurre en el momento de ver/escuchar a este actor hablando de su cuerpo: la incomodidad que provoca ver a un hombre "habitando" a través de la narración del video el cuerpo de una mujer. Esta des-identificación anuncia el reconocimiento de la diferencia: la imposibilidad de comprender completamente la posición del Otro, toda vez que subraya el imperativo ético de actuar a partir de este reconocimiento.

Es en el momento de incomodidad, de duda, cuando el espectador pre-supuesto o dibujado por el video, deja de ser ese espectador. En ese instante, la cuestión del derecho al aborto cesa de ser un problema de "empatía" a nivel superficial, y se transforma en una pregunta que se articula desde la diferencia: ¿Qué significa ser hombre y desear el aborto, como una aspiración legítima de todas las mujeres? ¿Qué significa pensar los derechos de un cuerpo que no es mío?

Esta es una pregunta crítica. Importa, porque colectiviza una reivindicación que ha sido tradicionalmente formulada como una cuestión de derechos individuales ("Yo elijo"), y la transforma y abre como un problema que todos y todas compartimos, como una aspiración legítima que conforma comunidad.

El 7 de enero participé en Santiago en una protesta convocada por varias organizaciones feministas ante el Ministerio de Salud, donde nos juntamos a pedir la despenalización del aborto en Chile, como también exigir una disculpa del Ministro Jaime Mañalich por su deleznable e injuriosa actitud en el triste caso de Claudia Pizarro, a quien acusó de ser una "víctima" utilizada en un "montaje" por parte de gente anónima que buscaba instalar este tema en el discurso nacional. (Kena Lorenzini tiene excelentes fotos de la protesta en su blog.) Durante la protesta, uno de los gritos que usamos fue el clásico "Saquen sus rosarios de nuestros ovarios/ por un aborto libre, gratuito e igualitario," al que me uní. Traigo esta anécdota a colación porque esta también fue un momento en el que personalmente sentí esa des-identificación productiva. ¿Por qué yo, desde mi posición particular apoyo esta reivindicación? ¿Por qué siendo que no tengo ovarios -que yo sepa!- me importa que el clero y la élite sigan metiendo sus rosarios en ellos...? Por una parte la respuesta es "¿por qué no?" Pero desde la des-identificación, como sitio desde el cual teorizar mi vínculo con el Otro, se abre como una interrogante productiva.

Entonces, ¿por qué luchar por los derechos del Otro (aquí las mujeres)? ¿Qué hace de esta lucha algo que me involucre también a mí? El derecho al aborto, es el derecho de la mujer a constituirse como ciudadana. Es el derecho a una tecnología que le permite incorporarse a la sociedad en igual pie. El reconocimiento a este derecho es parte de la condición mínima en la cual ellas pueden acceder a la comunidad, y así transformarla. Aún más allá, el derecho al aborto reconoce al cuerpo dentro de la política, y con ello la noción de ciudadanía pasa a ser una noción corporal: ciudadanía pasa a ser cuestión del reconocimiento del Estado a nuestra realidad como cuerpos que merecen ser protegidos. El Estado pasa a ser garante de la vida vivible. Y es precisamente este problema, lo que hace de la lucha por la autodeterminación corporal una cuestión fundamental para quienes somos de algún modo "Otro," quienes caemos fuera de la norma de conducta que impone el marco político.

La campaña de La Morada logra abrir una interrogante francamente subversiva. En ese sentido, quizás excede su objetivo original, pero por eso mismo se vuelve aún más valiosa. A través de ella, llegamos a una pregunta crítica, que debe ser mantenida abierta como problema: qué significa pensar los derechos de alguien que no soy yo como algo que me afecta también a mí y mi comunidad. Esto es, pensar al Otro como extensión de sí: y esto es extensible, por supuesto, a otras modalidades de la diferencia, y su reconocimiento, como condición básica para el hacer comunidad.

Esta es una buena campaña: necesaria, valiente, y espero que -a pesar de reconocer el valor de las campañas virales- ella logre salir del ámbito reducido de Internet, y encuentre formas de llegar a otros espacios.

No comments:

Post a Comment