18.9.09

otros dieciochos. o, estamos solas, guitarra.

Quedé conmocionado después de leer la lista de canciones que el diario El Mostrador y Musicapopular.cl (otra iniciativa del Consejo de la Cultura) decidieron poner en honor al 18 . En mis tweets acusé -- sin respuesta, como de costumbre -- la selección de no tener "espezor" histórico. Entiéndase que la hortografia ilustraba mi sorpresa. El artículo decía presentar una selección que urga la identidad chilena. Quizás por eso, el que hubiera algo que me molestaba profundamente. Quizás también existían otros deseos de mi parte.

Claro es que en un canon no cabe todo. Al hacer listas, elegimos lo que conviene y descartamos lo que no. Existen quienes creen a pies juntillas en la sentencia de Horacio: de gustibus et coloribus --et mulieres, según añaden algunos, pero no les creo-- non est disputandum. Pero el canon no solo refleja "gustos," es intrínsicamente una obra política. Existe un subtexto, que conforma la ley o gramática del canon mismo. Tal y como el sociólogo Pierre Bourdieu indica en su opera magna La Distinction, el "gusto" es un vehículo de ideología, si no su gramática en sí. Por eso en el canon de Pin8 cabían los Huasos Quincheros pero no Doña Viola, aún si los Huasos cantan también "Volver a los diecisiete."

Y si a mí me ponen al frente una lista, con Tommy Rey y la Sonora Palacios en la cabeza, y al Inti Illimani y la nueva trova, y Redolés y compañía -- todos grandes autores con muy buenas obras -- como lo representativo del ser chileno, no puedo sino molestarme. Por una parte, y casi reflejo, pocas mujeres fueron incluidas en la lista. No nos sorprende. ¿Será porque la fijación con lo guachaca de la sensibilidad llamada "progre", que es en el fondo también una sensibilidad de clase, una sensibilidad, en el fondo, bastante heteronormativa, machista, que se universaliza y autoreproduce, no es capaz de contemplar la sacarina diaria que viene en el café?

Y cómo se descalifica, por ejemplo, a la incomparable Cecilia, o a Palmenia Pizarro, o, incluso, a Lucho Gatica... reconocidos en su aporte a la cultura popular chilena. ¿Qué sucede?

Por supuesto, es cosa mía. Si me molesto porque mi Palmenia y mi Cecilia, y mi Lucho Gatica no aparecen en la lista de cosas intrínsicamente chilenas es porque yo identifico (y me identifico) con una chilenidad tránsfuga (coliza, diría quizás Lemebel) que sólo se puede inventar a sí misma a partir de una lógica, casi de objet trouvé, de pedazos de cielo que yo he ido recogiendo en mi búsqueda de constituir el quién soy. Mi deseo (espina en el costado) es, por cierto, creer que hay un camp esencial, intrínseco que me incluya a mí también en el ser chileno. Pero no lo hay, y por lo tanto lo invento.

No tengo más objeciones que la siguiente: que si me dicen que hay Mauricio Redolés y Joe Vasconscellos, quiero que también me digan que la obsesión nacional con Juan Gabriel es válida, que Cecilia y la nueva ola, que el bolero, y que nuestra terriblemente vapuleada Palmenia --dicho sea de paso, bandera de un Chile más bien anti-Don Francisco-- son también parte del patrimonio nacional. Mi deseo para el Dieciocho es eso. Que nos demos cuenta que Chile no es uno, sino que un país múltiple, o una multiplicidad de países, o unos múltiples dieciochos, y que los canones monolíticos y su tendencia a la fijación reificante, no lo pueden reflejar.

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